domingo, 25 de marzo de 2012

El chico del bus

Un día de esos en los que no te levantarías de la cama, en los que te pesan los párpados, la vida, cada paso que das pesa, deja huella haciéndote ir lento, despacio por una ciudad en caos, repleta de gente que camina hablando, a toda prisa viviendo sus vidas.
Te toca coger el bus, lo haces perezosa, no es plato de gusto subirte a un autobús donde sabes que no veras ni una sola cara sonriente, donde las conversaciones son monótonas, aburridas, sin sentido, te sientes como en una pecera de besugos… enciendes tu móvil y das al play para escuchar música o al menos, aunque no la oigas, sabes que está ahí y es preferible antes que las conversaciones vacías de alrededor.
Una parada, dos paradas, tres… y así cuentas cada una de ellas deseando que acabe aquello ya, la monotonía, el aburrimiento, los frenazos del torpe conductor, pero en una parada sube un chico, se sienta de frente a ti pero algo distanciado, el contacto visual es inminente, casual, bajas la cabeza y piensas en lo mono que es… cosas del pavo que diría mi madre, bueno, le echas otras dos o tres miradas y te pilla evidentemente, lo tuyo no es la discreción precisamente.
Y llega lo que minutos antes querías que sucediese, que llegase, tu parada, el sitio donde sabes que aquella aventura de miradas furtivas acabará, y no, no quieres lo estas pasando bien jugando a las escondidas, a la caza de esos ojos marrones, el autobús para y te bajas como subiste, pesada, aburrida, perezosa, pero antes, por qué no, una sonrisa, como agradecimiento por el juego, por aparecer justo en el momento en que te hubieras tirado del bus en marcha, solo por eso, bajo mi punto de vista, suficiente, bajas como subiste, o eso crees, porque ahora lo haces con el añadido de si volverás a verlo, ha estado bien el combate visual, te ha gustado y decides que cuando el autobús vuelva a arrancar lo volverás a mirar, para fotografiarlo con tus propio ojos, para no dejarlo escapar al menos un ratito más de tus ilusiones, de tu imaginación, de tu cabeza, y lo haces, el autobús arranca y lo miras y ahí lo tienes, mirándote, quizás también fotografiandote porque tampoco te quiere dejar escapar, quien sabe, pero lo más importante, te dedica una sonrisa, tímida, generosa, reconfortante, y mientras el bus se aleja no puedes, ni quieres, dejar de mirarlo y te descubres sonriendo, caminando con holgura, con energía como no te hubieras podido imaginar al comienzo del día que harías recién caída la noche.

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